Del egoísmo al selfoísmo: una ética del cuidado sin autoabandono
En una cultura que suele confundir el amor propio con la indiferencia, este ensayo propone una noción alternativa: el selfoísmo. A través de un recorrido por distintas tradiciones psicológicas —desde Freud y Jung hasta la DBT contemporánea— se plantea una ética del cuidado personal que no implica excluir al otro, sino dejar de excluirse a uno mismo. Un término nuevo para una experiencia que muchas personas viven sin saber cómo nombrarla.
Psic. Manuel Martínez
6/22/20254 min read


En tiempos donde el egoísmo suele ser visto como sinónimo de narcisismo, indiferencia o incluso crueldad, resulta urgente detenernos a repensar sus matices. El término “egoísmo” carga históricamente con una connotación negativa: se asocia con quien antepone su beneficio personal sin importar las consecuencias para los demás. Pero, ¿existe acaso una forma de cuidar de uno mismo que no implique desentenderse del otro? ¿Hay un modo de afirmarse sin caer en la soberbia o la exclusión? En este contexto, proponemos un concepto alternativo: el selfoísmo.
El término selfoísmo busca nombrar una forma saludable y ética de priorización personal. A diferencia del egoísmo tradicional, que muchas veces responde a la máscara del “yo” como defensa, el selfoísmo parte del self, entendido como el “sí-mismo” profundo, auténtico, no reactivo. En psicología, particularmente en corrientes como la psicoanalítica y la humanista, el “sí-mismo” representa una integración de lo que somos: nuestras emociones, historia, deseos y contradicciones. No se trata del capricho del ego, sino del núcleo vivo que sostiene nuestra identidad.
Este concepto resuena con distintas tradiciones terapéuticas. Por ejemplo, Carl Rogers hablaba del self real en contraposición al self ideal, proponiendo que la congruencia y el bienestar nacen del alineamiento con ese self genuino. Desde el enfoque junguiano, el “sí-mismo” es el centro ordenador de la psique, lo que da sentido al proceso de individuación. Incluso en contextos más contemporáneos, como la Terapia Dialéctica Conductual (DBT), se reconoce la importancia de validar las propias emociones y límites sin invalidar la experiencia del otro.
Desde el psicoanálisis clásico, Freud ya había planteado que el yo se encuentra acosado por tres frentes: el ello (la fuente de los impulsos inconscientes), el superyó (la instancia normativa) y el mundo exterior. En esta configuración, muchas veces el superyó actúa como una figura cruel, más exigente que los mandatos externos. El selfoísmo, en este contexto, no es una excusa para desoír la ética, sino una forma de resistir esas exigencias desmedidas que conducen al autoabandono, y de construir una brújula interna más compasiva y menos punitiva.
El selfoísmo, entonces, podría pensarse como una ética del autocuidado consciente: una forma de priorizarse sin anular al otro, de escucharse sin cerrarse. No implica ignorar las necesidades ajenas, sino reconocer que el respeto auténtico hacia el otro sólo es posible cuando no se basa en el abandono de uno mismo. En terapia, esta noción puede ayudar a muchas personas que han vivido desde el sacrificio crónico, la complacencia o la culpa. Especialmente en pacientes con historias de codependencia, trauma o estructuras de personalidad evitativa, promover una forma sana de amor propio es una vía de reparación.
Este selfoísmo no consiste en cerrarse al lazo, sino en participar de él con mayor conciencia. No se trata de desentenderse del otro, sino de dejar de hacerlo a costa propia. Afirmarse también implica sostener con responsabilidad lo que uno genera en el vínculo: hacerse cargo, responder por sí, no solo ante sí. En ese sentido, cuidar de uno mismo no es incompatible con comprometerse, sino la base para hacerlo de forma más libre y honesta.
Richard Dawkins, en El gen egoísta (1976), escandalizó a muchos al sugerir que incluso nuestras pulsiones cooperativas podrían tener un origen egoísta. Sin embargo, en un plano más simbólico, esta afirmación puede resignificarse: protegernos, afirmarnos, cuidar de nuestra integridad no es necesariamente un acto de agresión, sino de supervivencia, de evolución emocional.
A diferencia del egoísmo desbordado que niega al otro, el selfoísmo reconoce que el otro importa, pero no más que uno mismo. Es una forma de equilibrar el respeto por el otro con la fidelidad a lo propio. Y no podemos amar desde el vacío, desde la desconexión con el propio deseo.
En otros idiomas, aunque hay nociones cercanas, tampoco parece haber un término exacto. El inglés distingue entre ego y self, pero el adjetivo selfish arrastra la misma connotación negativa que “egoísta”. En alemán, el término Selbstfürsorge (autocuidado) apunta hacia esta dirección, pero sin capturar la tensión ética entre afirmación personal y responsabilidad relacional. En japonés, la noción de jibun alude a una forma relacional del yo, pero no se traduce como una ética afirmativa.
Así, el selfoísmo podría ser una aportación conceptual desde el castellano para señalar ese espacio intermedio entre el olvido de sí y la imposición del yo. Aunque el término recurre a una raíz de origen inglés, su sentido no es importado sin fundamento: más bien, busca condensar —en una sola palabra— aquello que múltiples tradiciones psicológicas han intentado nombrar desde distintas perspectivas. En ese self resuenan los ecos del “sí-mismo” junguiano, del self real rogeriano, del sujeto dividido del psicoanálisis y del trabajo relacional en enfoques contemporáneos como la DBT. El objetivo no es adoptar un anglicismo, sino darle un cuerpo propio a una experiencia universal: la de afirmarse sin perder el vínculo.
Una práctica que podríamos promover tanto en el ámbito terapéutico como en el cultural: educar en la posibilidad de ser fieles a lo que somos sin despreciar lo que el otro representa.
No se trata, en última instancia, de romantizar el individualismo, sino de recordarnos que el cuidado empieza por casa. Que no hay revolución afectiva sin dignidad personal. Y que a veces, defender los propios límites es la forma más amorosa de seguir en relación.
El cuidado empieza por uno mismo. La revolución afectiva comienza con dignidad personal. Y a veces, defender los propios límites es la forma más amorosa de seguir en relación.
Referencias:
Dawkins, R. (1976). El gen egoísta. Oxford University Press.
Rogers, C. (1961). El proceso de convertirse en persona. Paidós.
Jung, C. G. (1951). Aion: Estudios sobre el simbolismo del sí-mismo. Trotta.
Linehan, M. M. (1993). Cognitive-Behavioral Treatment of Borderline Personality Disorder. Guilford Press.
Freud, S. (1933). Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Amorrortu.
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